Español
Dos príncipes de Noruega, arrojados en las costas cantábricas por una deshecha tempestad, arribaron al puerto de Santander, y desembarcaron con su gente en un punto llamado Pedreña. Los naturales del país, como ánimo sin duda de apoderarse de sus riquezas, o temiendo acaso que invadiesen sus tierras; en vez de ofrecerles proteccion y hospitalidad, les salieron al encuentro, y trabóse un reñido combate. Exasperados los príncipes de tener que luchar con los hombres, despues de haber escapado como por milagro de la furía de los elementos, y resueltos a vender caro sus vidas; se batieron como leones y fueron victoriosos. Y para ponerse al abrigo de otros encuentros mas serios, que no se hicieron esperar mucho, edificaron una torre. Pero cansados de ataques, refriegas y escaramuzas que a ningun resultado decisivo conducian, llamaron a sus enemigos a batalla singular, proponiéndoles salir los dos, uno despues de otro, contra los mas intrépidos y valientes de sus guerreros. Admitido el desafio, el primero de los príncipes que salió al campo dió muerte a siete de sus enemigos. Atónitos estos y atemorizados al ver en sus adversarios tanta bravura y valentía, pidiéronles la paz invitándoles á vivir todos en lo sucesivo como buenos amigos y fieles aliados, cuyas proposiciones fueron favorablemente acogidas por los príncipes. Y desde entonces, cuando salia en público el que habia dado muerte á los siete, le designaban esclamando: Ecce qui occidit septem.